Tips para entender el contexto de Tartufo


Casi trescientos cincuenta años después de su estreno en el Palacio de Versalles, Tartufo sigue siendo un referente de la comedia universal, pues en sus líneas se puede entrever la más profunda representación de los defectos de una clase dirigente en decadencia.

Aquel 12 de mayo de 1664 Jean Baptiste Poquelin estrenaba los primeros tres actos de su Tartufo ante la misma corte de la cual se reía y criticaba sus defectos. Los aludidos, clérigos y nobles, no tardaron en reconocerse entre los personajes enmascarados de Moliére, lo que trasformó la representación en un escándalo.

Tres años más tarde, Poquelin vio que era ya tiempo de recuperar a Tartufo, aunque esta vez se previno (a mala gana) de la ira de la nobleza agregando un nuevo final que mostraba al rey Luis XIV como un justiciero y bondadoso hombre. Moliére, protegido del “Rey Sol”, esperaba poder así presentar sin problemas su querida obra. No fue el caso y al día siguiente al estreno la obra fue prohibida.

Poquelin jugaba estratégicamente. En la sociedad estamental de la Francia del siglo XVII, el rey representaba el Estado. Grabada en la historia quedó la frase “El Estado soy yo”, con la cual el rey personificaba la naciente estructura política-administrativa de Francia. Los grandes perdedores: nobles y clérigos, que quedaron en un segundo plano mientras el rey establecía una alianza directa con el pueblo. A la vez cooptaba a la nobleza llevándola a vivir al grandioso Palacio de Versalles, manteniéndola cerca y bajo control. La nobleza y la Iglesia eran los poderes fácticos con los cuales el rey debía luchar para imponer su autoridad.

Luis XIV y Moliére desayunando. Pintura de Jean-Léon Gérome.
Así, el dramaturgo jugaba un peligroso juego en el que al alero de Luis XIV podía conseguir el estreno de su obra. Ponerse del lado del rey le significaba entrar en pugna justamente con sus enemigos políticos: el clero y la nobleza, a las cuales atacaba directamente con su Tartufo. Fue así, con la venia de un rey a quien la creatividad de Poquelin beneficiaba políticamente, que Moliére pudo finalmente estrenar su obra en 1669, luego de infructuosos intentos.

Pero ni siquiera su muerte aplacó el odio que despertaba el cómico entre el clero. Nuevamente tuvo que intervenir el rey para que se le diera la sepultura cristiana a la que eclesiásticos se negaban. Así, el fin de Moliére fue oscuro y sin el reconocimiento que mereció, pero que los siglos venideros se lo han dado con creces.
TARTUFO